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Plaza Treinta y Tres

Tercer parada

  

 

El Salto de la Belle Époque: Arte europeo

En nuestro safari de observación de arte, realizaremos nuestra tercer parada en la Plaza de los Treinta y Tres, también llamada, hasta hace unos  años,  Plaza Vieja por ser la primera de la ciudad. Este espacio público fue declarado Monumento Histórico Nacional ya que la plaza y sus esculturas son un símbolo de la Belle Époque (del francés, Época Bella) europea, fenómeno que también ocurrió en otras ciudades latinoamericanas.

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 Al hablar de “Belle Époque” se hace referencia a un movimiento artístico donde la estética de lo bello tenía protagonismo, en un marco de pujanza económica y satisfacción social. Mientras Europa disfrutaba de la bonanza económica entre finales del siglo XIX y la primera Guerra Mundial, la burguesía de Latinoamérica trataba de superar su herencia colonial y se dejaba seducir por el brillo de las grandes capitales europeas, como París o Londres.   

En 1910 se realizó la primera gran remodelación de este espacio público. El diseño estuvo a cargo del paisajista Racine, venido de Montevideo, quien retiró los antiguos paraísos, trazó las diagonales colocando en el centro a la fuente. En la misma se colocó la alegoría “El Niño y el Cisne” (mal conocida como “el angel”) donada en 1868 por don José Pedro Fariní, rico comerciante y personaje político, que había investido algunas veces la representación del Departamento en el cuerpo legislativo. Resuelve, en su alejamiento, regalarle a la ciudadanía salteña, una obra de arte, capaz de mantener en el recuerdo colectivo su pasaje por esta ciudad. La alegoría fue realizada en zinc por el escultor alemán  Theodor Kalide, nacido en 1801 y falleció en de 1863 en Polonia. 

Años más tarde, en el basamento le colocaron piedras de cuarzo de la región.

Enclavada en el centro de la plaza Treinta y Tres, esta pieza emblemática, representa la época en que los espacios públicos o privados, recibían fuentes o mobiliario urbano que venía directamente desde la Francia de la Belle Époque. Esta corriente llega a nuestro país, pero sólo a selectos ciudadanos, excluyendo a la mayor parte de pobladores, salvo en estos espacios públicos. 

Y en cada uno de los cuatro triángulos Racine colocó una pieza escultórica de “Las cuatro estaciones”. El significado de las cuatro damas no se basa en la vestimenta de las figuras femeninas como se entendió durante mucho tiempo, está en lo que portan en sus manos: el fuego significa el invierno, las flores la primavera, el trigo el verano, y las frutas el otoño.  Fueron fabricadas en hierro fundido, en Francia, en la región de los hornos metalúrgicos de la Haute-Marne, por la empresa Val d’Osne. El autor de estas cuatro piezas fue Mathurin Moreau, quien creaba artísticamente el modelado inicial y a su vez conocía la técnica y las condicionantes que ésta le imponía al realizar la  fundición de metales, logrando potenciar entre sí ambos procesos en un refinado resultado, fiel representación de las artes decorativas presentes en las ciudades francesas en el siglo XIX. 

En la escalinata de la esquina suroeste de la plaza se lee la fecha “1910” y para su inauguración se instaló la red eléctrica. 

El diseño tradicional de diagonales con su arbolado, fue modificado en la década del 70 a propuesta del reconocido paisajista uruguayo Leandro Silva Delgado. Se cambia la ubicación de “Las cuatro estaciones” alineándolas a ambos lados de un camino principal y se las pinta de blanco, colocándolas sobre pedestales prismáticos revestidos con plaquetas de mármol. 

En 1999, la última gran remodelación, transforma su ornamentación, con sendas interiores y chorros de aguas de colores e iluminación.

 

 

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